13 mar 2011

De la necesidad del dibujo

El empleo del dibujo por parte de los seres humanos desde los albores de nuestra especie ha tenido como consecuencia más destacable la aparición de un tipo específico de actividad profesional: la del artista o artesano.

Obviamente, no necesariamente una persona tiene por qué dedicarse “profesionalmente” a las artes para producirlas. La capacidad de trazar mediante técnicas y materiales diversos convierte a cualquier sujeto en artífice -artista o artesano-.

No sólo un dibujo considerado como obra de arte tiene entidad como tal: a cualquier objeto, pintura, escultura, arquitectura, útil doméstico, mapa, logotipo, marca, o lo que sea, le es inherente la existencia de un dibujo.

Todo dibujo es una escritura. Es una narración gráfica de una realidad objetiva o subjetiva, real o imaginaria, interpretada o inventada. Lo mismo que mediante el habla y la escritura se narra y describen la ideas, la experiencias o la realidad, el lenguaje del dibujo describe a su manera aspectos de estas mismas ideas, experiencias y realidad para los que las palabras a veces se quedan cortas. Ya se dice que “una imagen vale más que mil palabras”.

Así pues, el dibujo encarna una necesidad consustancial al ser humano: es una herramienta de expresión, y por lo tanto de comunicación. Podríamos citar innumerables casos en los que el dibujo es útil para el individuo y para la sociedad:
Cuando alguien nos pregunta cómo llegar a una calle, se lo podemos explicar con palabras, o se lo podemos explicar con un rudimentario mapa hecho con cualquier bolígrafo que tengamos a mano sobre la servilleta de un bar.
Cuando necesitamos montar en casa un mueble que viene empaquetado para menguar los costes de transporte y de paso reducir la contaminación medioambiental derivada del mismo, echamos mano de un breve manual de instrucciones en el cual, mediante dibujos, se nos explica gráfica, clara y directamente la manera de hacerlo.
Cuando alguien se pierde en un aeropuerto de un país cuya lengua desconoce, y quiere buscar las salidas de los aviones, la sala de equipajes, o los aseos, los dibujos de los pictogramas que indican dónde están tales dependencias le son de gran ayuda.
Cuando la policía trata de encontrar a un peligroso delincuente mediante las descripciones verbales de un testigo, emplea el dibujo para hacer un retrato robot del delincuente.

Lógicamente, la estética aplicada a la vida cotidiana de las personas tiene un marcado carácter dibujístico. ¿O es que han surgido por creación espontanea -es decir, de la nada- todas nuestras tostadoras, automóviles, trajes, teléfonos móviles, ordenadores y millones de cachivaches con los que nos tratamos de procurar el “bienestar” material?

Es más, la propia naturaleza proporciona con dibujos concretos las facciones y la hechura de las personas de las que nos enamoramos. Y si no lo hace la naturaleza, lo hacen las propias personas para desprenderse de molestas curvas y perfiles, o para añadírselos.

Lo más fascinante del dibujo es que permite representar -volver a presentar- todo lo existente y lo inexistente. Y además lo puede hacer sobre dos y sobre tres dimensiones. Y sobre una cuarta, si incluimos el tiempo, dando lugar a los dibujos animados. Por ello el dibujo es un simulacro de la realidad que se vuelve verdadero en propio existir. Es una mentira sobre el mundo que configura una realidad estética propia. Es una selección de ideas para una finalidad concreta.

Sin dibujo, no hay artes.

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